El anciano animaba la lumbre de burrajos con la punta de las tenazas. Se inclinaba sobre sus rodillas e intentaba, inútilmente, aumentar el calor con cuatro cachos de ascuas y cuatro puntas de palo de vid, que se escondían, distraídamente, entre la ceniza. Muchos años tenían Antonio y la Francisca. Francisca se encontraba más ligera, embozada en un pañuelo negro y descolorido