Seguramente, al leer este título, te sentirás un poco perplejo, como me ocurrió a mí, cuando me tropecé con él. He escudriñado por miles de rincones (lo tengo todo trillado y más que trillado), pero nunca llegué a saber que, al molino del río, se le conocía, antiquísimamente, como el molino de la iglesia; conque llego a la conclusión de que no lo tengo todo espigado, que siempre sale alguna cosa para impresionar.
Ya he contado alguna vez que, entre los términos de Santiago de la Puebla y Macotera, existía una heredad o coto redondo, que pertenecía al beneficiado de la iglesia parroquial de la Santa Cruz de Alba de Tormes. Se trataba de un enclave de doscientas huebras, de una franja de terreno, que se extendía desde la Barranca (frente al Valderrón) hasta un poco más abajo del molino, y que atravesaba el camino de Santiago a Tordillos. Cien huebras eran de labrantío, de pan llevar; y el resto eran prados, montes y linares, y el gran drama de un molino harinero, digo drama, porque el caño y el agua para mover las piedras del artilugio trajeron de cabeza y a la greña a los de Santiago y a los de Macotera. Vivieron en pleito permanente, con largos periodos de paz encabritada.
Pues bien, ya tenemos la razón del porqué se llamaba molino de la iglesia, porque fue propiedad de la iglesia de la Santa Cruz de Alba de Tormes.
Esta heredad de la Santa Cruz, a mediados del siglo XV, la tuvo arrendada un macoterano, llamado Gonzalo Giménez, por cinco mil maravedís, una docena de gallinas vivas, en pie y con pluma, y dos cerdos cebados, cada año. El problema del agua, con los de Santiago, le obligó al pobre Gonzalo a no seguir con el heredamiento, y eso que el arriendo era por vida, para él y para su descendencia (un censo perpetuo)
Había que buscar un nuevo inquilino y Macotera lo estaba deseando. Ya labraba, entonces, el despoblado de Fresnillo. La operación tiene su curiosidad e interés. Macotera se hace cargo de la heredad, (por siempre jamás) mediante el abono de una cantidad fijada en siete mil quinientos maravedís y dos docenas de buenas gallinas, cada año. Esta cantidad no sufriría modificación alguna, sería permanente, por siempre, en la perpetuidad de los tiempos. Además, estaría exenta de pagar el diezmo y primicias a la iglesia, como era obligación por los bienes contraídos por cada vecino. De esta forma, Macotera se convierte en dueño absoluto a cambio de esas creces (renta). Paga los intereses del préstamo y no va a desembolsar un duro del capital. Hay sólo una condición: que se ha de pagar la renta todos los años, si no es así, se ha de abonar el “doblo”. Los intereses se han de pagar en dos plazos: uno en Navidad y el otro, en Pascua de Resurrección.
De este documento contractual, se hicieron, ante notario, tres copias originales: una para el Obispado; otra, para la iglesia de la Santa Cruz de Alba de Tormes y la tercera, para el Concejo de Macotera. Esta copia no se encuentra en el Archivo municipal. Ha desaparecido. Tengo referencias de que sí se encontraba a mediados del siglo XVIII; es una pena porque se trata de uno de los documentos más antiguos de nuestra historia local; en cambio, he dado con la copia de la iglesia de la Santa Cruz de Alba, traspapelada entre los legajos de la iglesia parroquial de Terradillos.
Pasados muchos años, ya en el siglo XVIII, empiezan a surgir los impagados: los olvidos intencionados (dicen que el uso hace propiedad). Conflictos, pleitos…En 1834, el Gobernador Civil responde al Obispado: “…doy la orden al Ayuntamiento de Macotera, para que continúe pagando los ciento sesenta reales de réditos anuales, que reclaman los interesados; pero, con la obligación de presentar el título legítimo en la plazo de dos meses”.
Una copia del contrato original la conservo y, con más celo el acto de ratificación del acuerdo, que se celebró en la iglesia de “Nuestra Señora Santa María” de Macotera, a campana repicada como era uso y costumbre. Este convenio se firma el 11 de febrero de 1484. No sé si os habéis percatado de dos hechos: la iglesia se halla bajo la advocación de Nuestra Señora Santa María, y no de Nuestra Señora del Castillo, como se dice en la actualidad; y, por otra, se reunieron en la iglesia la comunidad de Macotera, para ratificar el contrato en febrero de 1484, o sea, que la iglesia ya se había construida en esa fecha; por lo que, podemos deducir, que se edificó a mediados del siglo XV, y en los primero años del XVI.
En dicho acto, trascendente en aquellos tiempos, acudió el pueblo y las personas más singulares. Y merece la pena que los nombremos, para que conozcamos cuáles eran los apellidos más frecuentes entonces.
Martín Bárez el mozo, Juan Moreno (regidores); Pedro García Sacristán, Martín Bárez, fijo de Alonso Bárez de Alberca, Gonzalo Giménez el viejo, Juan Martín Carnicero, Alonso Fernández, Juan Celada, Juan Velázquez (éste fue alcalde de la Mesta en representación del alfoz de Alba de Tormes), Gonzalo Giménez el mozo, Juan Sánchez, fijo de Juan Sánchez, Alonso Bárez Gallarón, Juan Paneagua (Paniagua), Pascual Fernández, Alonso Serrano, Pedro Garcia del Forno (del Horno), Alonso Fernández, Santiago Carpintero, Pedro García Taberga, Pedro Barbero, Alonso Pérez, Juan Alonso Barnero, Alonso Gómez, Alonso Gallano, Antonio Caballo, Antonio García, fijo de Gonzalo García, Alonso Bárez, fijo de Alonso Bárez de Bonilla, Pedro de Maranda, Juan Escudero, Alonso Fernández, fijo de Brito Fernández, Pedro Bermejo, Miguel Sacristán. Todos vecinos y moradores de dicho lugar de Macotera.
En 1855, el Ayuntamiento vendió el molino a don Eduardo de la Torre, notario de Peñaranda, en 85.000 reales; y la viuda de éste, a Agustín Domínguez Vicente, de Tordillos, en 1890, con la carga o compromiso de dar agua al pueblo para regar la dehesa boyal como era costumbre inmemorial.
Eutimio Cuesta