A principios de siglo, en nuestra villa, al igual que en otras localidades agrícolas, en que más del 90% de sus habitantes vivían del trabajo de la tierra, la inmensa mayoría de ellos estaba compuesta de pequeños propietarios, que vivían de su ininterrumpido y honrado trabajo, ya que apenas sabían lo que era el descanso. El trabajo era manual y rudimentario, desconociendo por completo toda clase de maquinaria agrícola. Todos vivían pobremente y una gran parte carecían hasta de lo necesario para vivir. Si intentaban ahorrar algún dinero, tenían que privarse de comer y de vestir. Al vender sus productos eran, con frecuencia, engañados por compradores que venían de fuera, siendo siempre ellos los que imponían el precio. Cuando compraban abonos minerales, era frecuente recibirlos falsificados; hay más todavía, la usura se cebaba en los que necesitaban préstamos para cubrir sus muchas necesidades, teniendo que pagar un elevadísimo interés, que oscilaba entre un 10 y un 20 por ciento, lo que lejos de resolverles la situación, se la agravaban aún más. Los pagos tenía que efectuarlos al recoger sus productos y, es entonces cuando se ven obligados a malvender sus productos necesariamente, porque el usurero exige.