Antes de contratar un producto bancario, tenemos que estar bien seguros de que estamos tomando la decisión que queremos y que tenemos todos los conceptos del producto claros. Algunas personas que contratan productos a la ligera, luego se llevan diferentes sorpresas con el paso del tiempo, siendo en ese momento tarde para revertir la situación.
Los gastos más habituales
Los productos bancarios, además de poder ofrecernos toda una serie de ventajas, dependiendo de lo que contratemos, tienen unos gastos asociados a los mismos. Estos gastos, también denominados comisiones, son de diversa índole y cada uno puede afectar a los productos de distinta manera. Uno de los más habituales, es la comisión de mantenimiento. Esta comisión es un gasto fijo que simplemente se cobra por tener activa la cuenta, ya que se entiende que el banco se encuentra actualizando y ofreciendo soporte a la misma para el disfrute del cliente.
Otras comisiones pueden ser las de apertura, en donde se cobra una pequeña cantidad por abrir el propio producto en sí. De la misma forma, existen las comisiones por cierre, si queremos finalizar el servicio del producto antes de la fecha límite de expiración del mismo. Otro gasto que cada vez es más habitual y que las personas menos conocen, son los gastos del seguro. Algunos de los productos del banco, como puede ser una tarjeta de crédito, cuentan con un seguro asociado a la misma para poder cubrir pérdidas de dinero en caso de robo. Este seguro se tiene que pagar periódicamente, por lo que puede que no te interese que esté asociado a tu cuenta si tienes la opción de elegir el contar o no con el mismo.
Lo que nos ofrece
Después de tener en cuenta todas esas comisiones, hay que prestar atención también a lo que podemos obtener con el mismo y, sobre todo, comparar. De esta forma, en un producto bancario no todo son gastos, si no que también vamos a obtener intereses. La rentabilidad de un producto, cuanto más alta sea, más interesante será para el usuario y, por lo tanto, más atractivo será el producto.
En definitiva, saber sopesar estos intereses con los rendimientos del propio producto, nos servirán para poder ofrecer una mejor valoración al mismo y tener una capacidad de decisión mucho mayor. Como siempre, nunca te olvides de leer la letra pequeña.