Repasaba yo el libro de fiestas del año pasado en busca de anunciantes para otros menesteres, y, en la penúltima hoja, leí: “Empadrónate en tu pueblo”. Y esta frase me empinó hasta principios del siglo XV, concretamente, hasta 1409, ante una carta de doña Beatriz, la señora de Alba y su tierra, en la que dice: “a todas las personas que, de fuera parte, se vienen a morar a la dicha villa o a su tierra, de oy día en delante, fasta diez años conplidos, los cinco años primeros que non paguen cosa alguna, e los otros çinco años que paguen la meytat de los pechos “, ( impuestos).
Y esta práctica, tan ancestral, sigue de moda o de recomendación en la actualidad, pero con dádivas, mercedes y tactos muy diferentes. Nos informan que, en mi pueblo, hay familias que se descuelgan del censo, o sea, que se dan de baja padronal, porque, en lugar de seguirse una filosofía flexible y razonada como la de doña Beatriz, se toman medidas excluyentes sin fundamento y sin una convicción lógica, poniendo, en entredicho, los derechos del niño; e incluso el asunto nos invita a la reflexión sobre el derecho de los ciudadanos nacidos y afincados en el lugar. Este principio de vecindad no se puede poner en cuestión, porque un paisano o paisana se despose con una persona procedente de otro lugar, y, menos, que se la obligue a empadronar contra su voluntad, y si no lo hace, se castigue al hijo privándole de la ayuda escolar que reciben sus compañeros de clase. El niño no se lo explica, ni lo entiende, porque él ve que reúne las mismas condiciones que los demás niños: “haber nacido en el pueblo, residir en él y ser un miembro más del padrón municipal; y, con otra premisa, la ayuda no se le da al cabeza de familia, sino a los propios niños. Y, además, se produce otra circunstancia, que, aunque los padres se encuentren empadronados en otro lugar, son residentes habituales en el mismo y por varios años. Cosas así ocurren y debemos darle luz, porque no tienen nada que ver con la intención de doña Beatriz, pionera de la idea de aumentar la población de su tierra con gente foránea.
Y a esta causa de descenso de población, hay que sumar los problemas e inconvenientes que sufren algunos matrimonios mayores, en relación con posibles beneficios y ayudas que pueden recibir del respetable, porque tienen hijos solteros; hijos que trabajan y residen fuera del lugar, pero prefieren seguir empadronados en el pueblo, porque su decisión algo aportará en beneficio de todos nosotros; en cambio, estas personas, para no perjudicar a sus padres ante posibles prebendas, se sienten también obligados a inscribirse en el Ayuntamiento de la localidad en que trabajan. Otro motivo, que incide, directamente, en la despoblación persistente de mi pueblo un año sí y otro también, a pesar de la recomendación insistente, que, todos los años, se hace a través del libro de fiestas.
Otro motivo de despoblamiento, no menos importante, es el ideológico. Cuelga del ambiente un lema epigráfico que dice: “Quien no está conmigo, está contra mí”. Y a ese “contra mí” se le ningunea en todos los aspectos tanto político, como social, laboral, cívico y cultural. Y existen personas que, ante tal desaguisado empanado y antidemocrático, no aguantan más y se borran.
Y, para cerrar el ciclo de la despoblación local, en 2013, en mi pueblo, nacieron dos niños, y fallecieron, veinte personas.
Y como resultado total de lo dicho, a 1 de enero de 2013, mi pueblo cuenta con 1246 habitantes, sin tener en cuenta las altas y bajas a 31 de diciembre de 2013.
Eutimio Cuesta