En nada tiene que ver la agricultura de ayer con la de hoy. Como bien sabes, los tiempos han cambiado bastante y, con ello, la forma de trabajar la tierra.
Mucho ha llovido desde aquellos años en los que se usaba el arado fabricado en madera, y más tarde de hierro, tirado por caballos, mulos o burros, con sus vertederas reversibles y guiados por el agricultor, que con sus propias manos y a puñados iba esparciendo las semillas por la tierra.
Llegarían después los tractores, sustituyendo a las «bestias», permitiendo arar más cantidad de tierra en menos tiempo, y usando cultivadoras de varios brazos que hacían el trabajo de varios hombres a la vez. Además, se cambiaron las hoces y los trillos por gavilladoras y máquinas recolectoras.
Lo bueno y lo malo
La agricultura moderna introdujo muchas cosas buenas, entre ellas una mayor productividad gracias a la rentabilización que trajo el uso de la maquinaria, que podía realizar el trabajo de varios hombres en mucho menos tiempo. Esto también benefició notablemente a la salud de los agricultores, que ya no necesitaban de un gran esfuerzo físico para realizar las labores de la tierra.
El uso del agua se ha ido haciendo más eficiente, más sostenible, al igual que muchos de los cultivos que se han ido adaptando a lo que hoy se conoce como agricultura de precisión. Sin duda, hoy la agricultura es más rentable.
La cosa ha ido mejorando, está claro, pero seguro que hay algo que notas diferente en la agricultura de ayer y de hoy, en especial si eres de esa generación que ha conocido otros tiempos. Nos referimos al valor del sacrificio, a la forma de tratar la tierra y los cultivos, y claro está, al resultado, al sabor y a la calidad de los productos.
Porque como ya has visto, todo tiene sus ventajas y sus inconvenientes.