Seguimos recordando alguna de las Loas de los últimos años, en este caso la Loa del año 2009 escrita por Antonio Hernández “Bedija”:
Los novillos vienen
al amanecer…
Érase una vez un pueblo,
cuando el calor apretaba,
una mañana de agosto,
al tiempo que alboreaba,
jinetes sobre las sillas
de caballos y de jacas,
seguidos por muchos grupos
de muchachos y muchachas,
intentan matar el frío
con capotes y con mantas.
Tras una noche de espera,
en las laderas acampan;
se encogen los corazones
y se emocionan las almas,
pues con los primeros rayos
se divisa la manada
y se intuyen los novillos
entre el polvo que levanta.
Disfrutan los caballistas
y los de a pie no se cansan,
y para evitar percances
en las cunetas se agachan.
Es época de pobreza,
pero todos disfrutaban
de otra forma de correr
encierros de madrugada.
El tiempo, que no perdona,
con esta costumbre acaba;
no hay caballos en las tierras
ni toros en las vaguadas,
y ya todo se reduce
a una corta caminata,
desde un corral en la calle
hasta el centro de la plaza.
Al echar la vista atrás,
contemplando aquella plaza
que en la memoria del pueblo
hoy parece tan lejana,
con aquel su viejo ruedo
de carros y empalizadas,
¡cuántos recuerdos vuelven!
¡qué nostalgia!¡qué añoranza!
Los toros a la carrera
por la calle Peñaranda,
donde se cita al novillo
desde puertas y ventanas,
con sustos inesperados
al enredarse las sayas.
Se ven ropas de torero
y también trajes de pana,
no son buenos esos años,
poco dinero se gana,
y para ir a la moda
aún no existía Zara.
Los toros se han encerrado,
pero la fiesta no acaba
y se celebra después
la Prueba por la mañana.
También se baila en la calle
con tambores y dulzainas,
y letras muy sugerentes
que a la música acompañan:
“Dime dónde vas, morena,
dime dónde vas, salada”
o “Hasta el muelle fui con ella,
por ver si la camelaba”;
y hay quien también se enamora
bailando “Islas Canarias”,
y “Sol y mar, verde el pinar,
Costa Brava catalana”,
que tocaban los Pachulos
o la Rai de Peñaranda,
hasta que luego llegaron
de Gajates los Carabias.
Más tarde, ya en la corrida,
vuelve a animarse la plaza:
los cortadores se lucen,
lor toreros cogen fama,
hay quien se cae al toril,
los espontáneos se lanzan,
con división de opiniones
los maletillas no faltan,
y en medio del alboroto
algún toro se escapaba,
subía al ayuntamiento
o terminaba en la barca.
Sucesos que hoy nos parece
que ya son agua pasada,
mas, quedan en la memoria
algunas de esas hazañas:
¿quién no ha oído comentar
la cogida de Morata,
o la otra de Tacones
que nunca será olvidada,
la historia de un maletilla
con la sangre derramada,
que el toro cogió a Panera
y cayó la empalizada,
dejando algún malherido
con la espalda destrozada
y las piedras de la iglesia
con el alma congelada?
La noche no se termina,
no hay respiro ni descanso:
los solteros en cuadrilla,
las parejas van del brazo;
unos beben de la bota,
otros toman un helado,
y hay quien lo pasa muy bien
con cacahuetes tostados.
Y al que quiera disparar,
la caseta del tío Ojazos
le invita a poder hacerlo
y conseguir los regalos
que también traerá más tarde
Salón de Tiro Fernando.
No existían todavía
los coches que van chocando,
ni los castillos flotantes,
ni el gusano iluminado
para poder divertirse
esas noches de verano;
aunque Paquito el Churrero
aquí ya se había instalado
y alegraba con sus fritos
muchísimos buenos ratos.
Por la Plaza la Leña
no se puede pasar…
Empieza una nueva etapa
y acaba toda una época:
desde la calle la Plata
son ahora las carreras,
para encerrar a los toros
en una plaza moderna,
aunque en otros menesteres
es un lugar con solera
que citan desde hace siglos
algunas coplas añejas
y desprenden sus paredes
un aroma de leyenda.
Se inicia este sitio mágico
con el Pozo de las Piedras,
lo riega con un buen vino
la bodega de Fachenda,
y se abriga con las mantas
de paulino el Echatierra;
lo envuelve desde su esquina
la casa de Calzaeras,
para cerrar con la magia
del rincón de Micaela.
¡Los toros son ese año
en la Plaza de la Leña!
Y todos están inquietos
por saber si esta experiencia
convertirá el nuevo coso
en un sitio con querencias,
donde encuentre cada uno
su lugar de referencia.
Pero sólo duró un año
celebrar aquí la fiesta
y dejó como recuerdo
un hecho de trascendencia:
un toro cogió a Madriles
y se mascó la tragedia,
aunque todo quedó en un susto
y Gabriel volvió a la Tierra.
Si los toros sufren cambios,
también hay costumbres nuevas:
las calles de nuestra villa
se van llenando de peñas,
que ocupan viejos locales
y algunas viejas paneras,
con que recobran la vida
gran número de traseras
o que devuelven la luz
a las oscuras bodegas:
en Cencerro con la cara
cuya boca era la puerta,
o la Honda, que bajaba
casi al centro de la Tierra;
y el Arriero, que en el medio,
también montaba su juerga.
Hubo peña la Alegría,
dobnde reinaba la fiesta;
lo mismo que en el Botijo,
en los Ejes y en la Rueda,
Paraíso y Corazones,
Vagabundos y Muleta,
los Yankis y los Rebeldes
como dos almas gemelas;
y también la Mexicana,
que puede cerrar la cuenta.
Ya están haciendo el toril,
ya ponen las escaleras…
El ruedo cambia otra vez,
se lo llevan a las eras,
por debajo de la cancha
y encima de las escuelas;
se cambian algunas formas,
se mantienen las maneras,
y en medio del redondel,
que ahora es de hierba y arena,
se contemplan bajo el sol
emocionantes faenas.
La calle para el encierro
se vuelve a vestir de fiesta,
siguen estando los carros
y también las escaleras,
y adornan el recorrido
burladeros en las puertas.
Los novillos espantados
por la calle la Alameda
acaban el recorrido
por el corral de Parleta,
antes de entrar en la plaza
y asomarse a la barrera,
aunque en alguna ocasión
se forma la montonera
y hay quien culpa de su miedo
a la entrada, que es estrecha.
Por la tarde los novillos
reparten bromas y veras:
unos consiguen los triunfos
y otros sólo se lamentan.
Alguno cita de frente
con los pies sobre la arena;
otros cogen el capote,
y hay quien también la muleta,
y aquellos que con un quite
quieren cerrar la faena
como los grandes maestros
que pasan dejando huella.
Pero el toro no se rinde,
que éstas son cosas muy serias:
un bicho cogió a Berrendo
una tarde por sorpresa,
también a Miguel Bolero
le pinchó un toro en la pierna
y hasta un morlaco enganchó
a Juanito el de la Adela.
Mientras unos se divierten
los otros lloran o rezan,
mas, San Roque ha intervenido
y todos se recuperan.
Portátil ahora es la plaza
porque cambia de terreno,
ya no son fijos los hoyos
que se cavan en el suelo,
y para que no se caiga
se hacen muchos agujeros.
Ya tiene forma redonda
y es un ruedo verdadero,
ya se puede dar la vuelta
pisando por el albero,
y así recogen aplausos
y reciben los trofeos,
después de una gran faena,
los que saben ser toreros.
Ya no hace falta poner
escaleras en el suelo,
la plaza tiene barrera
y por fuera burladeros,
que van a poner un día
todos los mozos del pueblo,
entre gritos y empujones
y alegría y gran revuelo,
que en la entrada de la plaza
a veces se torna en miedo,
pues, aunque no vengan toros,
hay peligro verdadero.
Cada uno busca un sitio,
como en un aparcamiento,
para ver a los novillos
detrás de los quitamiedos.
Hay atascos en la puerta
para llegar los primeros
al lugar que han escogido,
el lugar que dan por bueno,
y sobre el que han adquirido,
según dicen, los derechos.
Todo cambia en un instante
una vez que ya están dentro,
y al empezar a cavar
se transforma en gran festejo,
después de que haya medido
la zona el Ayuntamiento.
Con el paso de los años,
-ya estamos en los ochenta-
los jóvenes van creciendo
y la afición se renueva,
y aunque algunos se retiran,
aparecen las sorpresas.
El tiempo todo lo cambia
y a casi nadie respeta,
para tomar el relevo
van surgiendo peñas nuevas,
y con nombres más modernos
la nueva lista se llena.
Los del Bombo, los del Yugo,
y los Charros van a su vera;
Salmantina y Huevo Frito,
van animando la fiesta,
Campesino y los Leopardos
divirtiéndose se encuentran;
también hubo Glober Trotter
que al mundo dieron la vuelta,
Honolulu y los Vikingos
recuerdan lejanas tierras;
con Gnomos y la Movida,
que nuevos nombres inventan,
los Glúteos y los Okupas,
que se añaden a la cuenta,
y Jacinto el de las Flores
que esta relación completa.
La noche anima las calles
y en la plaza está la feria,
no faltan los chiringuitos,
buen número de casetas,
y hay quien se pone a cubierto,
pues tenemos discoteca,
aunque ahora está de moda
divertirse en las verbenas,
donde todos participan
de la música y la fiesta,
tanto los más atrevidos
como las personas serias;
y luego algunos se esconden
en rincones de las peñas.
Por decir “Viva San Roque”,
me metieron prisionero…
No se detienen las horas
y tampoco nuestras vidas;
se levanta un nuevo coso
muy cerca de las piscinas;
ha costado sufrimiento,
dinero y muchas fatigas
conseguir que de una vez
sea plaza definitiva,
donde se puede alcanzar
respeto y categoría,
como este pueblo merece
por sus famosas corridas,
que en ocasiones deleitan
con diversión y alegrías,
y otras veces nos asustan
con revolcón y cogidas.
Que pregunten a Ramón
que pasó con sus costillas,
o a Jesús el Molinero,
que no encontró la salida
para escapar de los cuernos
que detrás le perseguían;
también a Juli el Pernetas,
que seguro se sentía
y un cabestro lo cogió
cuando de casa salía;
y a Toñique, al que una tarde,
por darle la bienvenida,
en el centro de la plaza
el toro dio una paliza;
y más tarde a Toñi el Pacho,
que salvó sus pantorrillas
y se rompió las muñecas
por la Virgen de la Encina,
cuando también esta fiesta
se volvió tarde taurina.
No se ponen burladeros,
pues ya los tiene la plaza
y nadie juega con ellos
cuando la fiesta se acaba.
La calle se llena ahora
en las aceras de vallas,
allí se guarda la gente
de las negras amenazas
y dibujan los artistas
sus obras publicitarias,
dodne dan a conocer,
en anuncio por palabras,
los productos que nos venden
como ocurre en las rebajas.
Los tiempos son muy distintos,
pero hay cosas que no cambian
y aparecen nuevas peñas
con nombres que nos extrañan:
Bulbónidos y Anaxarcos
son algunas de sus marcas,
Indómitos y Artemisas
en esta lista se encuadran,
junto a Dennias y Amazonas,
los Mingos y Dasvidanias,
los Efebos y Nereidas,
las Nixas y Nigrománticas
y las Keuris y los Teufels
y una lista que es muy larga.
Novedades traen los años:
se recupera el encierro
que desde el campo traía
los toros en otro tiempo.
Desde el río viene ahora,
atravesando barbechos,
una manada espantada
guiada por caballeros
que resucitan escenas
que estaban en el recuerdo;
y de nuevo en esta fiesta
participa todo el pueblo;
para unos con nostalgia,
para otros todo es nuevo,
y en medio de los tractores
se levanta un gran revuelo.
La nueva plaza nos pide
que sean nuevos los toreros,
y como para famosos
no permite el presupuesto,
tenemos que conformarnos
con jóvenes novilleros
que darán paso más tarde
a tardes de rejoneo,
con las que siempre rematan
nuestros famosos festejos.
Y la plaza roza entonces
casi el aforo completo,
aunque como fin de fiesta
no nos sirva de consuelo.
Los novillos de este año
ya sabemos quien los da…
Es difícil terminar
una historia como ésta,
pues quedan en el tintero
numerosas referencias
que conforman la memoria
de este pueblo y de sus fiesta.
Pero quiero mencionar
lo que bien nos diferencia
de otras gentes que también
sus buenas cosas celebran:
procesión y los toreros,
que son parte de una herencia.
La primera nos reúne,
con alegría y tristeza,
cuando empieza y cuando acaba
en la entrada de la iglesia;
compartimos en los toros
lo mejor de nuestra esencia.
La plaza se viene abajo
cuando entran por la puerta,
para hacer el paseíllo,
los toreros de esta tierra.
Algunos allá en la Gloria,
en esas plazas eternas,
como Antonio el de la Esther,
que desde el cielo torea;
con él, Alfonso el Mocete,
al que allí todos veneran,
y los palaude hasta el Sol
y “Olé” dicen las estrellas,
por naturales a uno
y al otro por revoleras.
Desfilan poco después
aquellos que están más cerca:
con Fidel el Pericache
y su camisa violeta;
Cajarines y Madriles,
o Manolo el de la Elena;
con Ramón y con el Viti
y Serrano y su muleta;
también Santi el del Motor
y Juanito el Comenencias,
y Santiago el de Sotero,
que se luce en la capea,
y todo un Ciclón de Aluche,
que fue una firme promesa;
Bizcocho y Roque el Confite,
que bailan sobre la arena;
antiguos como Bartolo,
Pachín y Antonio el Pondera,
y jóvenes que ahora mismo
aportan la sangre nueva.
Y luego los que recortan
cara a cara con la fiera,
como Antonio el Sacristán,
que marcó toda una época
y sonríe allá en su reino
cuando todos lo recuerdan
y siguen sus enseñanzas,
que crearon buena escuela;
así hacía Platanito
y también Pedro el Parleta,
o Manolo el Garrapín
y aquel que vino de fuera
y se ganó nuestra estima
con sus saltos y carreras:
un muchacho de la Nava
que ante el toro nunca tiembla;
y Bernardo y Periquín
saltando la talanquera,
igual que otros hacen hoy
con las piernas más ligeras,
como el hijo de Barroso
y el de Adolfo que lo espera.
Una lista interminable
y que nunca estará entera;
todos han hecho ya historia,
son figuras de leyenda.
Que San Roque cuide de ellos,
en el cielo y en la tierra,
y proteja con su capa
a todos en Macotera.