Cuando yo era chico, porque yo también he sido chico, aprendí de los mayores que había dos clases de grillos: los grillos de la “P”, y los grillos de la “R”. Y me enseñaron que los grillos de la “P” se morían por san Pedro, mientras que los de la “R”, lo hacían por san Roque. Y yo así lo creí y lo observé, pues, a partir de san Roque, el canto del grillo dejaba de oírse en los campos y en los escenarios de los vallados y lindes; pero mira por donde, a primeros de octubre, el destino me llevó de la mano hasta la provincia de Cádiz, y me instaló en una casa cercana a un descampado. Ya, de noche, me gustaba disfrutar del relente después de cenar. La primera noche, me pareció que cantaban los grillos, pero me dije “¡No puede ser!” “¡No puede ser, si estamos en octubre! Pues, amigo, puede ser: en la provincia de Cádiz, los grillos no se mueren después de san Roque, pues, todas las noches, montan su tablado flamenco “grillodeo” en la oscuridad estrellada y silenciosa de la campiña jerezana: se puede afirmar que son los competidores de la que fue Lola y la Paquera, los que solemnizan el vino fino y el caballo y se hermanan con los palmeros para hacer patria y pandereta; luego concluyo, tras la experiencia, que lo grillos no se mueren o se aletargan en la misma época del año, depende de la temperatura del medio. Y me volví satisfecho a la cama, porque, siempre, que se sale de casa, se vuelve con una cosa nueva aprendida: “En la provincia de Cádiz, los grillos aún siguen cantando”, y tendré que volver para saber cuándo los grillos cuelgan su guitarra de las paredes de su cámara de letargo perecedero.
Dicen los libros que los grillos pertenecen a la familia de ortópteros, que se dice “Gryllodea”. Discutí con un andaluz sobre el color de los grillos: él me decía que eran marrones; yo le dije que los de mi pueblo son negros, muy negros. Para salir de dudas, miramos los papeles y estos dicen que son de color marrón a negro; en lo que sí coincidimos es en que les gusta trasnochar y descansar de día. Como todos los seres vivos tienen su nombre propio, los bautizan “Acheta domésticus”.
Los grillos son parientes de los saltamontes; tienen, como estos, sus patas adaptadas al salto, pero son más torpes; sin embargo, corren con más rapidez que los saltamontes. Excavan una hura en el suelo, que consiste en una galería de más de medio metro, y que termina en una habitación esférica. La entrada a su madriguera la mantienen limpia en una gran extensión, ya que la utilizan para zona de “canto” y así atraer a las hembras (sólo los machos cantan). Para producir el sonido tan peculiar de estos insectos, levantan ligeramente sus alas y las frotan una contra la otra. Las hembras son capaces de captar este sonido gracias a que poseen órganos timpánicos. Se alimentan de hojas, tallos e insectos.
Las hembras se diferencian de los machos, en que son de color más oscuro, sus alas son lisas y poseen un apéndice en el extremo del abdomen, que le permite poner sus huevos bajo tierra, introduciendo éste mientras efectúa la puesta.
El grillo es un insecto muy agresivo contra sus congéneres, con los cuales entabla combates, siendo frecuente encontrar ejemplares (sobre todo machos) a los que les falta una o varias patas o con las alas destrozadas por las mandíbulas de un rival. Esta costumbre los ha hecho famosos en Tailandia, donde los habitantes locales suelen realizar combates de grillos en pequeños recipientes e incluso realizan apuestas.
Y el grillo también nos puede servir para calcular la temperatura del aire en grados centígrados, la fórmula matemática es precisa: “cuenta los cantos que emite por minuto, el resultado lo divides por cinco y lo restas nueve”. Yo no he tenido tiempo de experimentar la práctica. Compruébalo tú.
Eutimio Cuesta